4 Dogmas Urbanos

I


Manos que se alzan, manos que piden, manos que imploran...
...manos que no se cierran porque los puños crispados son la consecuencia de tanto sufrir; prefieren el rezo de la esperanza milagrosa al grito por golpear con duros puñetazos a los responsables de tanta exclusión.

Manos que esperan, manos resignadas, manos duras, cortadas por la fría intemperie a la espera de que el dogma se revele y haga realidad sus peticiones: Paz, Pan y Trabajo. Tres elementos básicos, tan primarios, tan al alcance de la sociedad, tan constituyentes de la civilización, que sólo Dios pareciera ser el único capaz de otorgarlos, ante tanta necedad, ante tanta negligencia, ante tanta estupidez humana.

Esas manos que encierran el último calor de la gente agobiada, son las mismas que generosamente se abren para ofrecerse a quienes tampoco nada tienen, y ya casi nada esperan; el rito anual de la peregrinación al Santo del Trabajo también es una ceremonia solidaria, donde los pobres ayudan a los más pobres, licuando, por un rato, la reconcentrada sensación de que no hay futuro.

II


La fé no se puede explicar; simplemente, es. Ocurre, se transmite sí, pero se la toma o se la deja. Y dados los magros resultados que se observan en un mundo cada vez más deshecho, o bien la fé no es suficiente, o solamente con la fé no se hace nada.
¿Y entonces?

Santiago Cavinato nos propone aquí una mirada interesante, donde el núcleo semántico de su discurso visual está situado en la fragmentación de un gesto que se muestra ríspido, lleno de tensión y angustia. El contraste en las imágenes suscribe esa doble articulación entre un acto de fé, (un acto de lealtad hacia un ser superior) y la desazón, el descreimiento ante una sociedad que carece de mecanismos para mitigar la pobreza. Hoy no hay trabajo, y posiblemente mañana tampoco. El "posiblemente" es el diferencial en el que se apoyan, y endosan a un dogma que dice tener el poder de activar los resortes que reviertan la situación. Solamente con fé puede llegar a comprenderse que un Ser sobrenatural sea el único capaz de resolver un asunto tan humano.

El Autor recorre esas manos buscando un flanco por donde se filtre algún indicio que permita la comprensión de tales comportamientos, sin enredarse en las teorías antropológicas o psicoanalíticas. Desde el llano, sin prejuicios, realiza una mirada que realza la nobleza de ese gesto que invita a la comunicación profunda, desde el alma hacia el exterior.

Algo que también es posible realizar con un ojo y una cámara fotográfica, a juzgar por el resultado que estas fotos provocan en el espectador.

Hernán Alejandro Opitz